Ojalá nosotros no tengamos que pasar por la experiencia de emigrar por necesidad a otro país.
Ojalá no tengamos que pasar por la experiencia de atravesar 15 kilómetros de mar embravecido en una barca precaria que transporta a casi un centenar de personas.
Ojalá no tengamos que pasar por la experiencia de arrojar a catorce personas muertas por la borda.
Ojalá no tengamos que pasar por la experiencia de arrojar a nueve bebés muertos.
Ojalá nuestra mujer embarazada no tenga que abortar por culpa de esa travesía.
Ojalá no lleguemos a la tierra prometida y muramos de agotamiento.
Ojalá no tengamos que pasar el miedo de creer que moriremos ahogados en el mar.
Ojalá no muramos en ese mar buscando un sueño y nuestro cadáver sea tragado para siempre por esas aguas turbulentas.
Aunque quizá tengamos que pasar por esas experiencias para que alguien haga algo para que el drama de la inmigración no se cobre más víctimas y para que deje de haber capullos que aprueban directivas vergonzosas contra los inmigrantes o, simplemente, despotrican contra ellos.
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